Por el viejo barrio de San Juan

Tomada de “Iguala la Trigarante” de la Profesora Catalina Pastrana.

Por el año de 1900, caminaba por la calle el güero galán, era prefecto de la ciudad. Le decían el güero galán por galán y por güero, Sus ojos zarcos  perseguían a una Sanjuaneña guapa, alta, frondosa, de pelo largo, morena de ojos prietos, y con un andar de reina. La llamaban la Juanota.

El güero andaba loco por ella, pero ella tenía marido. No supo cómo pasó, pero correspondió al amor. Fue difícil, pero sus dos locos corazones se unieron en la pasión. Tal vez se refugiaron en la sombra de la luna y en un lecho de arena del caudaloso río San Juan.

Lo malo fue que al marido le chismearon ese amor. Prosaico él, la asechó, y ella como ciervita campera cuidó sus pasos, pero no dejó el amor. Los dos grandes ilusos, para vivir su pasión, le cubrieron los ojos al sol. Pero los celos del marido, como llamaradas de fuego, la acorralaron, le cerraron la tranca y lanzaron la ilusión. 

El amante desesperado resentía la ausencia, buscaba a su amada, ella impaciente esperaba.

Una tarde, todavía con claridad del crepúsculo, el marido sacó de la casa a su bella mujer. Tomaron el rumbo de Tuxpan. Caminaron llano adentro, a campo abierto. Ella presentía la intención, tiritaba de miedo, mientras el escondía sus celos y el rencor.

Caminaron entre brechas y marañas. El nada preguntaba, ella nada decía.

Al llegar a un terreno baldío se detuvieron. Ella inclinó la cabeza por el peso de su culpa. El apretando las mandíbulas se preparaba para el castigo. –Te voy a matar–  le dijo, ella guardo silencio. Pensaba en la humedad de la arena y en las mariposas volando en medio del amor. En ese momento él la mató. Cavó la fosa, la enterró, cubrió el lugar con marañas y piedras y se fue. Camino sin corazón,  porque su corazón lo enterró en la fosa junto con ella.

Pasaron cada vez más y más días y el güero galán se impacientaba. Comenzó a buscar a su amada. Nadie la había visto. Pensó entonces en el marido, mandó que lo detuvieran y bajo sospecha lo encarceló.

Jamás se supo si por las buenas o por las malas, el marido confesó la verdad y los llevó al lugar de los hechos.

Quitaron las piedras y la tierra, y ahí estaba la bella mujer que arrancó suspiros al pasar, su hermosura adornó las calles del barrio de San Juan.

El güero galán enfurecido y con los ojos llenos de lagrimas, le dictó sentencia, ahí mismo lo mató. Lo enterraron en la misma fosa, y en la misma fosa enterraron también los celos y la traición. Pero quedo en la nostalgia el amor.

A través de los años, sobre la fosa que guarda la traición y el amor, se levanta hoy el Cereso.